11/29/2015

seguimos con pablo: ahora dicen que dicen que algunos no lo quieren, pero la mayoría se le duerme !






Florencia Braga Menéndez

Comparto con ustedes la carta que le mandé al futuro ministro de cultura de la Nación de la República Argentina.

Sr. Pablo Avelluto, futuro Ministro de Cultura de la Nación Argentina.

Uno de mis primeros recuerdos es tener junto a mi cama a mi mamá cantándome Mayombe Bombe Mayombe de Nicolás Guillén para dormirme.

A los cinco años descubrí la valija de óleos de mi tía y empecé a pintar. Mi papá nos hacía extraordinarios dibujos en la mesa de desayuno. Él nos contaba cuentos que eran un deleite y nos explicaba la historia del mundo.

Vivíamos en provincia, e Íbamos al centro para ver películas de Prelorán y obras de teatro y títeres en el San Martín.

En el auto papá silbaba la tonada preciosa de “un hombre y una mujer”, de la película de Lelouch. Mi abuela y mi tía abuela me peinaban y me ponían vestiditos lindos para ir a ver danza, zarzuela, flamenco, conciertos. En casa siempre se escuchaba música maravillosa de todas partes y de todos los tiempos. También escuchábamos en el wincofon un disco de tapa naranja en el que Cortázar leía sus textos. Mamá lo había conocido en Paris porque era parte de su grupo de amigos y nos encantaba escuchar sus relatos.

Los fines de semana íbamos al Tigre y los chicos participábamos de increíbles debates de los grandes, todos sentados en el pasto, desparramados abajo de un sauce. Recuerdo a un amigo de mi padre, era abogado, Manuel Evequoz, un abogado que un día dejó de venir con su lancha a nuestra casa del Tigre, porque defendía presos políticos y la dictadura asesina lo desapareció.

Mamá siempre creyó que en la mesa ratona del living tenía que haber instrumentos musicales para que los chicos jugáramos, flautas, unas raras calabazas koras que papá había traído de África, castañuelas, ocarinas, un mbira, quenas, xilofones, panderetas, una larga flauta rusa que hacía unos silbidos como de viento de estepa, tamborcitos, un cultrum precioso, armónica y cascabeles.

Mamá bailaba en la cocina y mis amiguitas y yo aprendíamos de sus movimientos extraordinarios. Todas las noches, me venían a apagar la luz varias veces porque yo no podía dejar sin terminar algún libro apasionante.

En las vacaciones en Córdoba de premio por portarme bien tenía todas las noches un librito de cuentos colorido y nuevo bajo la almohada que mi abuelita había ido a comprar a la Falda. Las tardes en Córdoba, después de jugar en la pileta y andar a caballo, yo construía un teatro de personajes de plastilina y les contaba cuentos inventados a los nenes del barrio. La biblioteca de mi mamá sigue siendo una isla del tesoro desafiante y misteriosa. Mi hermanito Santi, hoy hombre de cine y el mejor lector crítico de prosa y recomendador de novelas del planeta, hacía funciones de teatro espontáneo en la cocina y nosotros nos moríamos de la risa con sus improvisaciones dignas del Parakultural. Jugábamos, jugábamos mucho, en el jardín de casa actuábamos batallas divertidísimas en las que participaban otros chicos, los perros amigos y un loro al que no le corté las alas.

No hay un momento de mi vida en el que haya estado alejada de la poesía.

Digo esto para no tener que recurrir al currículum duro, tengo 51 años, desde los 14 años trabajando en cultura.

Yo nunca en todos estos años escuché su nombre, eso podría no querer decir demasiado, pero he aquí que leo su CV y entiendo el por qué, usted no es de nuestro palo, su experiencia está vinculada solamente a empresas culturales.

Desde luego me resulta claro y coherente que el gobierno entrante imagine que cultura y negocio de la cultura son la misma cosa.

Pero tengo algo que decirle. Usted tiene que saber que no es así.

Usted tiene que saber que no es idóneo.

Trabajar en política cultural argentina implica amar la cultura de este pueblo.

Y usted con su sarcasmo, su simplón humor ácido y su cinismo no la ama.

Aún no ha asumido, está usted a tiempo de confesar que no sirve para el puesto, aún si se pensara como un administrador, ¿qué iría usted a administrar?

Usted no nos ama.

Aún no ha asumido. Y ya sabemos de sus bromas en relación a su golpe de estado favorito, sus ofensas a la memoria de los padres del diputado Cabandié desaparecidos en la dictadura, ya habló divertidamente de empujar gente por la escalera y de despedir a todos los docentes.

Usted no es bien recibido.

Aunque le hagan notas en los diarios poderosos que bancan a su jefe, usted no es bien recibido por nosotros, y nosotros existimos, somos.

Así como yo le cuento de mi historia hay legiones de enamorados de nuestra cultura, con historia propia, verdaderos, sin necesidad de impostar nada ni inventarse una trayectoria de última hora.

Interesa preguntarse porque el futuro presidente eligió a alguien tan poco idóneo para este cargo. Cada cual esbozará su propia interpretación, yo tengo la mía pero no es momento de distraernos ahora.

El PRO tuvo un Ministro de Cultura de la Ciudad que pese a no tener una profunda participación en los ámbitos hondos de la cultura porteña, hizo una excelente gestión como administrador de animación cultural. Permitió, confió, aprendió también, y sin coincidir con muchísimas de sus decisiones (nadie del corazón del arte siente que el director del CCR entienda nada, por dar un ejemplo), creo honestamente que Hernán se alegro cuando nos alegrábamos. Sin conocernos mucho a los actores del mundo de la cultura, se planteó la posibilidad de respetarnos.

¿Que podría hacer usted si no sólo no entiende el entramado cultural si no que además no lo respeta?

Un ministro de la Nación tienen que ser mínimamente ejemplar y mostrar un respeto, un intachable respeto, por aquello que va a defender, proteger y promover.

Su escéptico modo decadente, no es saludable, no es algo que queramos para formar culturalmente a nuestro pueblo, a nuestros hijos. Su posmodernidad cancherita es típica del resentimiento del “niño feo solitario y sin amigos” que se la cobra de grande cuando descubre que unos anteojos de diseño disfrazan cualquier debilidad.

Para terminar voy a hablar de una persona de nuestra cultura, alguien que lamentablemente ya no está, esa clase de gente irremplazable que uno no va a dejar de necesitar jamás.

León Ferrari.

Para que usted valore la cuestión le diré que fue el artista vivo con los precios internacionales más altos de la Argentina. Usted debe saberlo porque parece alguien informado en aspectos trendy de la banalidad vernácula.

León, amigo de todos los artistas, espíritu de una calidad extraordinaria, talento y brillo intelectual absoluto, tenía un hijo desaparecido.

Y usted lo ha ofendido.

Y aunque no esté él para defenderse, estamos todos nosotros para hacerlo de su mano.

Entonces ahórrese el papelón, no pretenda ser nuestro ministro, declárese justamente incompetente.

No se puede estar parado en todas partes, si sus cínicas ironías le han servido para hacerse el loquito, el indómito contestatario, el iconoclasta, el editor punk y así socializar en Palermo con sus olfas y ambiguos cagones, vuelva a su barrio y siga divirtiéndose.

Acá no lo queremos.

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El Presidente abandonó la Casa Rosada por la terraza, a las 19.52. Unos minutos antes, le había pedido al fotógrafo oficial que le hiciera la última foto en su despacho. Después mandámela, le dijo.


Las hélices del helicóptero no se detuvieron en ningún momento y levantaron un viento como el que precede las tormentas. Sin levantar la vista del piso y con su corbata bordó flameando, Fer nando de la Rúa corrió unos diez pasos abrazado por su edecán y un custodio. A las 19.52 el helicóptero se perdió en el aire.

Fue en la terraza de la Casa Rosada y Clarín fue testigo de la ceremonia del adiós. Hernán Lombardi, el más emocionado, se abrazó con Nicolás Gallo. Enseguida se sumó Juan Pablo Baylac, que tampoco pudo contener las lágrimas. Jorge de la Rúa recibió el saludo de la secretaria privada de su hermano, Ana Cernusco. Horacio Aiello, Ricardo Ostuni y Héctor Lombardo también participaron.

El encargado de acompañar a De la Rúa en el viaje del final fue el teniente coronel Gustavo Giacosa, en su primer día como edecán presidencial. La decisión de utilizar el helipuerto de la Casa Rosada se discutió casi tanto como la renuncia. Muchos aconsejaron que saliera por la explanada de Rivadavia, como todos los días. Pero al final se impuso la recomendación de la custodia.

El helipuerto no se utilizaba desde la Semana Santa de 1987 cuando Raúl Alfonsín partió rumbo a Campo de Mayo para negociar el rendimiento de Aldo Rico. Para evitar algún daño en su estructura, esa vez el helicóptero no se apoyó sobre la Casa de Gobierno.

Pero la imagen que todos teníamos en la cabeza era la de la presidenta Isabel Perón, el 24 de marzo de 1976, yéndose engañada en su helicóptero.

Tres minutos antes de subir a la terraza, De la Rúa salió de su despacho principal y llamó al fotógrafo de Presidencia Víctor Bugge. "Vení, sacame la foto que me tenés que sacar", le dijo antes de sentarse en su escritorio. Entonces, los que se emocionaron fueron Chrystian Colombo, Andrés Delich, Horacio Jaunarena y algunos empleados. "Después mandámela", le pidió De la Rúa al fotógrafo antes de ingresar al ascensor.

En su último día como presidente, De la Rúa llegó ayer a la Casa de Gobierno 11.50. Entre reunión y reunión sólo almorzó un yogur con gelatina. La televisión de su despacho estuvo todo el tiempo encendida.

A las 16.10 hizo su último discurso, calificado por uno de los íntimos (que lo acompañó hasta el final de la jornada) de "tan autista" como el del miércoles, cuando declaró el estado de sitio e instaló la desobediencia civil en la Argentina.
Sólo lo acompañaron Gallo, Colombo, Baylac y Adalberto Rodríguez Giavarini. "Estamos aguardando que se sumen más ministros", dijo antes de comenzar a hablar. Pero ningún otro funcionario se subió al estrado.

Ni bien terminó volvió a su despacho. "Ahora vamos a empezar a hablar con los gobernadores", dijo y se encerró con Giavarini y Colombo. Habló con Carlos Ruckauf, Adolfo Rodríguez Saá y el titular de Diputados, Eduardo Camaño.
Todo fue en vano y enseguida comprendió que era tarde ensayar alguna maniobra para hacerle correr algún costo político al peronismo.

También De la Rúa entendió que los cacerolazos del miércoles a la noche eran un mensaje popular inapelable. Se tenía que ir ya para evitar males mayores y más muertos.

Por la tarde, los rumores señalaron que su familia lo esperaba en Montevideo. Pero su mujer y sus hijos estuvieron unas horas en la Rosada y después volvieron a Olivos. "Estoy hecho mierda", le confesó Antonito a un amigo que integró el Gobierno.

Durante la redacción de su renuncia sólo lo acompañó Rodríguez Giavarini. De la Rúa quería pasarlo a máquina pero el ex canciller lo convenció que fuera de su puño y letra. El ex secretario legal y técnico, Virgilio Loiácono, fue el encargado de llevar la renuncia hasta el Congreso.

Domingo Cavallo no llamó en todo el día. Sólo mandó pedir que se reforzara la custodia de su familia.

Ramón Mestre casi no estuvo junto a De la Rúa. El ex ministro de Interior se había enojado. "Estoy desde las 8 de la mañana diciéndole que hace falta un cambio en el rumbo económico y no me escucha", se quejó. De hecho, cerca del mediodía comenzó a guardar sus papeles en cajas y amagó con irse a su casa. "Ya no soy ministro", le respondió a un periodista que le preguntó por la represión en Plaza de Mayo.

Otro que comenzó a embalar sus cosas desde temprano fue el vocero Baylac. "Cuántas porquerías se juntan en tan poco tiempo", se quejó. Muchos copiaron su idea y las cajas desaparecieron enseguida.

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